sábado, enero 28, 2017

Vestir tu cuerpo, cubrir tu alma.

Dicen que usamos la ropa para cubrir nuestra desnudez,
para representar un personaje,
para ser parte de una tribu.
Sicen que sin querer o queriendo transmitimos un mensaje.

Que el nivel de maquillaje, peinado, cuidado de las uñas, el nivel de exfoliado del cutis,
los pelos que tienes y dónde los tienes, definen en el exterior, lo que somos.

Dicen las teorías que nos gusta sentirnos algo diferentes, pero no del todo.
Queremos sentirnos parte de algo, y no algo abstracto, sino algo con definición.

Que la vida pasa de largo pero las primeras impresiones ahí quedan.

Y yo me pregunto, para qué vestimos nuestro cuerpo, con las lágrimas de otros, su sudor,
sus lamentos, los susurros, las lápidas, el bebé que llora por su madre que no está en casa.
Su padre esnifa pegamento en la fábrica, su madre se deja la espalda en la máquina de coser.

Al otro lado del teléfono recoge la llamada una mujer de treinta y tantos, con dos carreras y el carnet B.
Lleva la blusa que representa su puesto de trabajo. El nivel que no ha de sobrepasar, cosida con las lágrimas de la madre que busca alimento.

Y mientras, desvestimos nuestra alma.
Vestimos las miradas cubiertas de despecho, que lanzan improperios desde un teclado. A lo lejos.

Y a lo lejos lanzas la jabalina que se me clava en las costillas. Que me duelen de cargar tanto peso, tanta carga.

Y cubrimos nuestro cuerpo con la gloria de la desdicha. Trabajamos para pagar mi tristeza, y la tuya, y la del otro.

Qué compleja es esta vida. Qué compleja es la vivencia.
Qué ardua la tarea de vestir nuestra alma, mientras desnudamos nuestro cuerpo.

Yolanda Villajos Manzanedo
2/1/2017


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